XIII CONGRESO ANUAL | XXXIII SYMPOSIUM
23, 24 y 25 de Septiembre
AEAPG, CABA, Argentina
“Cartografías del sufrimiento psíquico. Avatares de época”
“Todavía veo horizontes donde tú dibujas fronteras”
Frida Kahlo
Una cartografía está hecha de instantes, de acontecimientos. No se trata de puntos fijos, sino de líneas que van trazando sentidos, siempre en movimiento, constituyéndose y reconstituyéndose, fragmento por fragmento, uno constituyendo al otro, y siendo constituido por éste.
Cartografiar es no coaccionar el material a ingresar en límites prefijados, sino captarlo en su incesante devenir, siempre conflictivo, siempre potencial, siempre por descubrir.
Freud, maestro de la metáfora, se ha valido de numerosos modelos para dar cuenta de lo enigmático del psiquismo. Semejante a la tarea del cartógrafo, intenta representar mediante algunos pocos trazos sobre la hoja en blanco una tierra infinita en su extensión y complejidad. Sobre esta superficie, aparecen partes bien delimitadas, otras borroneadas donde la mano, indecisa, avanza arduamente quedando aún regiones totalmente en blanco. Así como el cartógrafo, la tarea iniciada por Freud es interminable. Como Freud, todavía hoy, cartografían los psicoanalistas con sus teorías, sus ponencias y sus casos, con cada trazo escrito o palabra dicha.
Recorridos por sendas laterales a través de lo imprevisto, posibles desvíos y nuevos caminos, construyen cartografías dibujadas por los acentos pulsionales de quien anda, creando en el encuentro y desencuentro con otros, espacios para habitar. Es en ese recorrido que algo de lo nuevo emergerá como fruto del quehacer colectivo y singular. Es que el abordaje del mundo es siempre un entramado de lo social puesto que nuestra misma constitución subjetiva lo es.
Diseñar cartografías en este contexto entonces será movilizar, conflictuar, realizar una lectura crítica reflexiva sobre los lugares cristalizados del pensamiento centralizado y aplanado de lo estanco.
Por definición, el sufrimiento es el padecimiento, la pena o el dolor que experimenta un ser vivo. Se trata de una sensación, consciente o inconsciente, que aparece reflejada en el padecimiento, agotamiento o infelicidad. De allí se desliza que el sufrimiento es inherente a la vida. Podemos pensar al sufrimiento psíquico como inherente a lo humano. Eso de lo que el psicoanálisis quiere dar cuenta y es materia prima para la transformación creadora y subjetivante.
El signo predilecto de sufrimiento psíquico para el psicoanálisis es la angustia, referida por Freud desde sus primeros escritos. Pero la angustia está lejos de ser un fenómeno único, o la única modalidad de sufrimiento psíquico. Podemos trazar un continuo partiendo de la angustia de castración, de pérdida del amor de objeto, de pérdida de objeto, de intrusión, de abandono, etc. Y más allá del continente de la angustia, el sufrimiento psíquico se extiende, con sus texturas específicas en niños, adolescentes y adultos, parejas, familias y grupos, el cuerpo social, las instituciones y la cultura. Podemos decir sin dudar que allí donde acontezca alguna de las modalidades del sufrimiento psíquico, el psicoanálisis tiene un trabajo por hacer.
En el apartado III de El malestar en la cultura, Freud expresa: “Desde tres lados amenaza el sufrimiento: desde el propio cuerpo que, destinado a la ruina y la disolución, no puede prescindir del dolor y la angustia como señales de alarma; desde el mundo exterior, que puede abatir sus furias sobre nosotros con fuerzas hiperpotentes, despiadadas, destructoras. Por fin, desde los vínculos con otros seres humanos […] señalamos las tres fuentes de que proviene nuestro penar: la hiperpotencia de la naturaleza, la fragilidad de nuestro cuerpo y la insuficiencia de las normas que regulan los vínculos recíprocos entre los hombres, en la familia, el estado, la sociedad”. (Freud, 1930)
En otras aproximaciones al tema, encara la cuestión del sufrimiento desde el punto de vista económico, como aumentos de excitación y pérdida de la homeostasis, por la lucha entre el principio del placer y el principio de realidad. En la dialéctica del deseo se generan afectos displacenteros en torno a las renuncias a que es obligado el mundo pulsional en orden de su entrada en la cultura. Diferentes conceptualizaciones tanto Freudianas como postfreudianas contemporáneas, plantean multiplicidad de enfoques sobre la temática del sufrimiento: angustia, fobias, miedo, culpa inconsciente, masoquismo moral, vergüenza, duelo, hasta cuestiones del más allá del principio de placer, todo esto habla de sufrimiento psíquico.
Dos lógicas diversas habitan el pensamiento freudiano a la hora de pensar aquello que motiva una demanda de análisis. Por un lado, una lógica psicopatológica. Por el otro, una teorización sobre el malestar y sus fuentes de sufrimiento. Freud instituyó un saber psicopatológico. El psicoanálisis de los historiales clínicos. Pero al mismo tiempo planteó que los sujetos sufrimos por nuestra condición humana, por el mismo hecho de estar en el mundo.
Quienes consultan, lo hacen porque algo les fracasa en su posicionamiento subjetivo, o porque algo de su deseo está perdido en una maraña intersubjetiva que no saben cómo se ha construido y qué participación tienen en eso que les pasa. Sufren porque no logran encontrar los modos en los cuales desplegar y realizar en algún nivel su sexualidad, sus relaciones de amor, sus intereses libidinales, sus ideales. Entrampados muchas veces en resolver lo puramente auto conservativo, ceden en la realización de los enunciados identificatorios que los constituyen.
Las cartografías internas de los pacientes que advienen a análisis ya les son insuficientes. Exigen nuevas coordenadas, que no serán construidas sin un otro, en transferencia.
Asimismo, las cartografías internas que se van formando en las conceptualizaciones teóricas de los analistas a partir de las cuales escuchan a sus pacientes, han de estar en permanente desarrollo y transformación guiándonos con nuevas brújulas que permiten adentrarnos en viajes inéditos.
Son tiempos de cambio, de novedad, tiempos que nos invitan a repensar los mapas que guiaban nuestro camino, dándole lugar a la incertidumbre y encontrando distintos faros en nuestro derrotero. Nuevos escenarios se nos presentan y convocan a la creatividad en el encuentro entre analista y paciente. Los mundos superpuestos, al decir de Jeannine Puget y Leonardo Wender, resultan una coordenada vigente en el viaje analítico que emprendemos.
Territorios visitados y conocidos se pierden y nos llevan a explorar otras modalidades de encuentro, que permitan transitar el dolor por la pérdida en busca de nuevas geografías con potencial transformador y elaborativo.
En este camino descubrimos nuevas formas de encuentro, encuadres virtuales que a través de nuevas formas de presencialidad, permiten sostener el lazo con otro que resulta sostén para la propia constitución subjetiva.
Los ideales de época, los tiempos vertiginosos, la dificultad para la espera, la necesidad de satisfacción inmediata, los ideales tiránicos de éxito a predominancia de yo ideal, las problemáticas narcisistas que se apoderan de las consultas, el pasaje de Edipo a Narciso, del hombre dramático al hombre trágico, la predominancia de problemáticas depresivas, así como la diferencia notable entre los tiempos subjetivos en tensión con los tiempos de elaboración en análisis, rumbo al cambio psíquico, las resistencias a éste, la exigencia de premura en resultados facilistas y cortoplacistas, los límites de los tratamientos de las instituciones, entre otras cuestiones, nos ubican en una necesaria posición reflexiva y ética. Nuevas modalidades del desear así como los modos de satisfacción posibles, acorde a los ideales de la época, claman por una revisión constante y transformadora del método analítico.
¿Qué aporta nuestro método a los padecimientos actuales? ¿Qué intervenciones tienen la potencia transformadora y cuáles esclerosan el cambio?
Nos preguntamos acerca del sufrimiento psíquico. Analistas frente al sufrimiento propio y al de nuestros pacientes. Analistas frente a la realidad con potencial traumático.
¿Qué hacemos con nuestro propio sufrimiento psíquico? Cómo pensarnos vulnerables frente a lo inédito que pone en evidencia nuestra castración como sujetos deseantes.
¿Cómo se ubican las teorías a la hora de escuchar y analizar tanto las problemáticas que llegan a nuestros consultorios, así como el malestar social? ¿Es uno sin el otro? ¿Cómo puede influir el psicoanálisis en experiencias comunitarias?
El ser humano es un ser padeciente, en todos los tiempos, pero la forma que toma su padecimiento está moldeada por la época. En la época del mass-media y la deep-web, donde se nos invita a sabernos ciudadanos del mundo, el capital es el amo, y la pertenencia a cualquier colectivo es directamente proporcional al consumo. Filósofos contemporáneos como Giorgio Agamben y Byung-Chul Han se inquietan por cartografiar los rápidos cambios socio-culturales y los efectos que tienen sobre la subjetividad.
Las cartografías internas que se van formando en las conceptualizaciones teóricas de los analistas a partir de las cuales escuchan a sus pacientes, han de estar en permanente desarrollo y transformación.
Esto implica entonces, considerar las características de nuestro tiempo en toda su complejidad, camino que implica necesariamente la creación de nuevas cartografías para el pensamiento. En este tránsito, asumir la contemporaneidad resulta -como bien lo plantea Agamben- una “relación singular con el propio tiempo, que se adhiere a él pero a la vez toma distancia de éste” (Giorgio Agamben 2006)
Los avatares de la época insisten en la totalidad del Campo Clínico, en la trama social intersubjetiva, así como en el mundo de las producciones psicoanalíticas. Nuevas formas de sufrimiento surgen de las transformaciones sociales.
En tanto que el psicoanálisis contemporáneo ha integrado el paradigma de la complejidad para renovar sus fundamentos, la práctica psicoanalítica es capaz de ampliar su percepción de dichas vicisitudes epocales.
Retomando el epígrafe de inicio, el método psicoanalítico posibilita expandir horizontes e ir construyendo nuevos relieves y cartografías en permanente transformación, allí donde el sufrimiento psíquico sólo parece reconocer bordes y fronteras.